viernes, 15 de abril de 2011

CUANDO EL CUERPO HABLA...

No es sólo un placer acariciar y ser acariciado es también una necesidad para nuestro bienestar, equilibrio y desarrollo. Las caricias son un lenguaje rico y sofisticado. Un extraordinario código de comunicación tan elocuente o más que las palabras, ya que nos permiten acercarnos al otro.

Hay caricias que consuelan y las hay que alientan. Otras alivian, algunas reconocen, las hay que desatan el deseo. Hay caricias vestidas de pasión y las hay con sabor de amistad y ternura. Las caricias expresan un rango amplísimo de significados: gratitud, compasión, esperanza, reconciliación, complicidad, perdón...


Precisamente porque en la caricia convive lo animal y lo humano, nos recuerda que somos materia, pero también nos abre la puerta a momentos de trascendencia.


También la caricia que nos brinda la naturaleza: el tacto con la tierra, los pies sobre la hierba, la caricia del agua, los pasos en la arena...Nos relajan, despiertan la paz interior porque nos remiten a lo esencial.


Cuando es sincera y deseada, la caricia transforma. En el juego amoroso y en la lujuria desatada nos transporta al movimiento, al ardor, al entrelazamiento, al clímaz y a la relajación dichosa. En la ternura, nos conmueve y emociona. En la amistad nos une y nos hace cómplices.


También en el dolor y durante el duelo, el mimo y el abrazo hacen soportable la pérdida porque apuntalan el alma herida.


Las caricias abren además la puerta a la conciencia de nuestro cuerpo.


Quizá hoy, buena parte de los problemas de salud psicológica y física que estamos viviendo en una sociedad cada vez más estresada y bulímica son gritos desesperados de nuestros cuerpos, que, llevados por una inteligencia arcaica, esencial y profunda, reclaman ver satisfecha su necesidad de encuentro íntimo con el otro.

Álex Rovira

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